El lenguaje positivo debe abarcar no solo la manera en la que nos comunicamos, sino también lo que pensamos y nos decimos a nosotros mismos, pues esto repercute directamente en una mejor actitud y en la forma en la que afrontamos las vivencias de cada día.
En lugar de decir: “qué tonto soy, me equivoqué en esto”, podríamos decir: “estoy distraído, necesito enfocarme en esto”, pues al mandarnos mensajes negativos estamos devaluándonos a nosotros mismos.
Debemos tener en cuenta siempre el extraordinario poder de las palabras, ya que éstas tienen la capacidad de transformar por completo cualquier situación.
De aquí surge la importancia del uso de lenguaje positivo hacia nuestros niños, pues ellos forman su propia imagen a través de la manera en la que sus adultos, llámense padres o maestros, los perciben.
Los juicios emitidos por los adultos, pueden determinar la autopercepción de los niños; por esto debemos cuidar nuestro lenguaje y evitar descalificar, devaluar, agredir al niño, con frases como: “mira nada más, eres un cochino”, cuando deberíamos decir: “esto que hiciste es una cochinada”; entonces estamos reprobando la acción sin lastimar la integridad del niño. Las palabras negativas dañan, duelen. generan emociones negativas, inseguridad, y no permiten la autoconfianza ni la autonomía.
El lenguaje positivo hacia los niños debe estar compuesto por mensajes que le transmitan fe, seguridad, respeto, confianza, optimismo, superación, motivación, tolerancia, y sobre todo la certeza de que sus padres y maestros los aceptan y confían en ellos.
El lenguaje positivo abarca el tono, la intención, la asertividad, la claridad de las emociones en los mensajes enviados, con la finalidad de evitar confusiones al no haber coherencia entre lo que se dice y la manera de hacerlo.
Considera el extraordinario poder de las palabras. Pueden transformar por completo cualquier situación.
La razón más importante de emplear el lenguaje positivo es estrechar los lazos afectivos y apoyar al desarrollo físico y emocional de nuestros niños.
“Si los seres importantes para el niño logran comunicarle afectuosamente un genuino aprecio y aceptación de sus tendencias hacia la autonomía, marcándole al mismo tiempo los límites de lo que es aceptable de un modo firme y consistente, pero no rígido, entonces él adquirirá el fundamento adecuado para afirmar su autoestima y sentirse autónomo; así podrá adquirir una sana “voluntad””.
Martín Villanueva, psicólogo.



