Actualmente, muchas familias se han replanteado la conveniencia de emplear el castigo como una forma de educar a sus hijos, lo cual me parece importante mencionar, así como ofrecer algunas alternativas al castigo.
El castigo, como medida correctiva, es un recurso tradicional que se emplea para corregir comportamientos no deseados, pero ¿qué tan efectivo resulta?, ¿qué efectos produce en los niños? Comencemos recordando cómo nos sentíamos de niños al ser castigados; ¿crees que fueron los castigos los que te enseñaron las mejores lecciones de tu vida?, ¿fue gracias a ellos que eres una mejor persona? El castigo produce enojo, deseos de venganza, y planes para salirse con la suya la próxima vez.
Generalmente, el castigo no tiene relación con la conducta indeseable, es arbitrario, y nace de nuestra frustración como padres o del miedo de perder la autoridad o perder el control; entonces en medio de estas emociones el niño pierde la oportunidad de enfrentarse a su propio mal comportamiento, y se distrae con la emoción que le provoca el castigo.
Las alternativas que te propongo son:
- Señalar una forma de ser útil: “ven, y ayúdame a poner la mesa”
- Expresa una enérgica desaprobación a la conducta sin atacar al niño. Debes aclarar que el amor no se ve afectado por la conducta; es la conducta la que repruebas, no al niño.
- Indícale qué es lo que esperas de él/ella. “Ahora necesito que me esperes 10 minutos, después te escucho”.
- Permítele al niño experimentar las consecuencias de su mal comportamiento.
- Busca consecuencias lógicas. Las consecuencias deben estar directamente relacionadas con la falta cometida, y deben ser firmes y consistentes.
- Mantente lo más ecuánime posible, sin perder el control, pues son las emociones que acompañan a la situación lo que más daño puede hacer a tu niño.
