Muchas veces nos preguntamos, como padres, si es conveniente abrazar a nuestro hijo después de un berrinche, y definitivamente la respuesta es SÍ; no solamente es conveniente sino absolutamente necesario.
Es precisamente cuando ha pasado el berrinche y vuelve la calma, cuando podemos acercarnos y conectarnos emocionalmente con él, y ser escuchados. Es entonces cuando debemos aprovechar para ayudar a entender qué es lo que provocó el berrinche; el niño necesita consuelo, no sermones.
Es importante que el educador, ante una pataleta, pueda ver más allá de lo evidente antes de juzgar: “¿qué es lo que en realidad está pasando?”, “¿qué siente?”, etc.
El miedo, el cansancio, la soledad, la tristeza, el hambre, el frío, el aburrimiento, y todo lo que rompa el equilibrio del niño produce estrés, y el berrinche es la manera de liberar esta tensión; generalmente el niño presenta estas conductas frente a alguien con quien se siente seguro, querido y confiado, en un contexto de protección. Y qué hacer con ese estrés de mi niño? Principalmente, acogerlo (estar ahí, acompañarlo, validarlo); luego tratar de regularlo; y después, en otro momento, hablar de lo que pasó ofreciendo ayuda y diferentes opciones para resolver situaciones similares.
Si después de un berrinche nos acercamos y abrazamos, podemos devolver la calma, otorgarles seguridad. Es importante validar y nombrar la sensación o la emoción que desencadenó la desregulación, para que el niño pueda identificarla y reconocerla. “Entiendo que te hayas sentido muy enojado porque no compramos ese juguete, pero no era el momento de hacerlo”, “Entiendo que te sientas frustrado porque es hora de ir a bañarse cuando prefieres seguir jugando”.
El niño debe saber que sus adultos están con él en las buenas y en las malas; que están disponibles siempre, y aun cuando ellos presenten conductas no muy adecuadas, el amor hacia ellos no se verá afectado. Se condena la manera de expresar el malestar, no al niño en su persona.



